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Valleahogado

Así que quieres saber algo más sobre esta tierra baldía. Bien, está bien, aunque no hay mucho que contar por el momento. Somos de aquí, los Hijos de Valleahogado nacimos en esta tierra, y eso no cambia el hecho extraño de que no conocemos certezas sobre nuestro propio pasado. Desde que nacimos, el paisaje siempre ha sido el mismo: unas cuantas chozas desperdigadas entre los campos de cultivo resecos, a la sombra de las pinedas que han engullido los antiguos monumentos ahora en ruinas. Es evidente que este lugar fue, alguna vez, una ciudad próspera y deslumbrante, pero nuestros mayores guardan silencio al respecto.

 

Sólo a veces hablan. Sobre el Diluvio.

 

Nadie está de acuerdo de hace cuánto tiempo sucedió. La leyenda cuenta que un hombre conocido como El Evergeta llegó a estas tierras hace mucho, mucho tiempo. Era un hombre poderoso y adinerado que financiaba de forma generosa la construcción de monumentos, templos y edificios para convertir la región en un lugar aún más próspero, ganándose en el proceso la devoción y fidelidad de nuestros antepasados. Sin embargo, no todos creían en la genuina intención del Evergeta.

 

Otro hombre, El Taumaturgo, siguió los pasos del Evergeta hasta este lugar. Algunos dicen que eran amigos, otros dicen que eran personas sin relación enfrentadas por la casualidad del destino y otras versiones del cuento aseguran que eran viejos enemigos. El Taumaturgo veía egoísmo y vanidad en las acciones del Evergeta, y no perdía ocasión para denunciar sus viles intenciones frente a las multitudes, exhortándole a abandonar sus planes y abrazar una auténtica vida humilde y santa... o la Ira Divina le golpearía con dureza.

 

Si te soy sincero, tampoco sabemos nada sobre el hombre al que llaman El Taumaturgo, salvo que era un hombre de fe errante, que dejaba un curso de milagros a su paso.

 

El Evergeta se negó a cejar en su empeño y El Taumaturgo pronunció ciertas palabras. Según una versión, una profecía de advertencia pronunciada por voces celestiales a través de labios mortales, según la otra, una maldición:

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<<-Este valle sucumbirá bajo las aguas y con tu cabeza jugarán los niños,

los nombres que grabes en piedra y con hueso serán devorados por el Olvido.>> 

​

Las palabras tardaron un tiempo en cumplirse y todos olvidaron la maldición, pero lo hicieron. Y tanto que lo hicieron... El día que enterraron al Evergeta, los vientos sacudieron las torres, los rayos levantaron la tierra, las aguas inundaron los campos por siete días con sus noches. El río creció y devoró las riberas, arrancando de las laderas de las colinas los edificios que El Evergeta había ordenado levantar, profanando su mausoleo y llevándose con el violento curso de sus aguas todos los registros antiguos. Cuando el Diluvio pasó y las aguas volvieron a su cauce, sólo quedaban ruinas sepultadas en el barro entre montones de huesos desperdigados. 

 

Con el paso del tiempo, los supervivientes se reunieron y crearon la actual Valleahogado, guardando silencio sobre su pasado y sin valor para remover los lodazales que cubrían su historia perdida. Temían despertar la ira de la maldición y no tener la fortuna de sobrevivir una segunda ocasión. El mutismo fue tal que las generaciones se sucedieron sin atreverse a contar el tiempo transcurrido desde el Diluvio. El miedo a la maldición del Taumaturgo se extendió junto a los rumores hacia las comunidades vecinas, y mezclado con el carácter huraño de quienes malviven entre barrizales de sol a sol, la gente dejó de migrar a esta tierra otrora próspera.

 

Sin fe ni ley, abandonados a nuestra suerte por temor hacia nuestro pasado, ya no queda nada de valor aquí. O eso es lo que ellos creen. Esa es, desde luego, nuestra mayor fortaleza y fortuna.

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